domingo, 13 de mayo de 2012

Sombreros, ancianos y el perro presencial


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Esa desubicación temporal, es una sensación que cada domingo ha atormentado los amaneceres de Jonás. Fue el segundo domingo del mes de mayo cuando olvidó tomar su café religiosamente y eso cambió por completo el curso de su extraño día. Este infortunio amnésico de ésteres y cafeína, ocasionó un sustancial cambió en el transcurso dominical del aludido muchacho. Simplemente, fue un domingo diferente a los acostumbrados. – En efecto, así es... – dijo Jonás con determinación. Salió de su habitación y con premura se acercó a la esquina que colinda con la vieja emisora del pueblo. Un pequeño edificio ubicado en la plaza Bolívar del pueblo de la Grita.

Al aproximarse a la estación radiofónica, Jonás se percató de que sucedía algo inexplorable a su alrededor. Se respiraba una ensordecedora sensación de que todo estaba fuera de lugar, siendo su presencia excluida totalmente del universo circundante. El pequeño espacio de baldosa que Jonás estaba pisando en la plaza era su aliada ante lo impredecible, ambos formaban un islote desértico en medio de un ambiente que no les pertenecía. El tan querido pueblo natal, de inmediato se convirtió en un intrincado laberinto de seres de otra época que habitaban a sus anchas, éstos llevaban sombreros de diferentes estilos, a diferencia de los que habitaban en los confines del perímetro patrio, que no vestían de capota alguna. Más allá de los límites de donde se encontraba Jonás, los vecinos no lo podían escuchar ni lo podían ver, se sintió rodeado de seres deambulantes todos octogenarios y de lentos ademanes. Por así decirlo, eran seres casi inmóviles y vegetales, con taciturnos pesares y miradas melancólicas. Vestigios de un pueblo en tiempos de independencia.

  

Pasado algún tiempo el cuerpo del joven Jonás se hizo igualmente lento, y cerca de la iglesia, un perro lo veía con risueña ironía como si fuera el único ser que pudiese percibir su sublime presencia. Luego de avistarlo, se percató de que uno de los ancianos asombrerados¹ se le acercaba para hablarle. – Estás en medio de un “tempus praeteritum”– le susurró al oído el convaleciente ser. El atónito Jonás, ante el raro acercamiento del octogenario, le preguntó por qué todos ellos vestían de sombrero y por qué ninguno de sus vecinos en las afueras de la plaza Bolívar lo podían ver. – Hijo, llevamos sombreros porque esta indumentaria representó en su momento el réquiem consumado de las más honoríficas costumbres familiares, tradiciones que en tan solo minutos hemos olvidado, minutos que se transformaron en años y años que representaron el olvido de las buenas prácticas cotidianas – respondió el anciano mientras le temblaban armónicamente los labios. – Sencillamente, el sombrero es de gallardía. Transforma al hombre en un ser cabal, pero lastimosamente, lleva más de medio siglo colgado en el perchero del tiempo. Lo desconcertante, es que no nos hemos percatado de su temible ausencia en la humanidad – dijo el anciano desvaneciéndose y dejando un  agrio vacío en la existencia de Jonás. 

  

El anciano lo llenó de dudas más que de certeza. Pura ansiedad e inquietud de no responder a la interrogante más importante de todas, el por qué los vecinos y las otras personas en las cercanías de la plaza no lo podían ver. Situación que le resultaba angustiante debido al miedo y a la incertidumbre que Jonás tenía de su propia existencia. No obstante, Jonás aprovechó la ocasión para examinar las periferias de la plaza. Recordó de que llevaba consigo una de las cámaras fotográficas de su abuelo paterno, la Praktica PL Nova,  maquina de fabricación alemana que tenía un peso sobrehumano, como si en ella habitaran las almas de todos los seres fotografiados. Como si los objetos reflejados en su lente se hubiesen almacenado dentro del prisma ubicado en su interior.

Divisando a los octagenarios, Jonás tomó con firmeza su cámara fotográfica y al realizar la primera toma, uno de los ancianos asombrerados que se recostaba sobre una de las columnas de la catedral del Santo Cristo de la Grita se volteó de inmediato. El longevo ser vociferó fallidamente logrando un profundo bostezo. La imagen perduró en las sienes de Jonás haciéndolo reflexionar y argumentar acerca de los más ínfimos detalles humanos, muchos de los cuales lo llevaron a preguntarse de la irreversible evolución post-mortem de la industrialización y la automatización, de sus agobiantes resultados y de la falta de humanidad en los hombres. Aquellos que usan cascos de combate para crear caos, en vez de crear ideas. No se refiere a las doctrinas banales a las que nos tienen acostumbrados la academia y la universidad; sino más bien, ideas dignas que provengan de cabezas asombreradas. Es decir, ideas creyentes en la supremacía de las artes, las buenas costumbres y del libre pensamiento.


– Esa deducción, es la que quería escuchar hijo – replicó otro de los ancianos asombrerados que logró alcanzar uno de los hombros de Jonás. – los buenos sombreros nos diferencian de los seres patanes y ruines. Los soeces mal vivientes, son los que prescinden del debido sombrero. – ...y ante un desequilibrado vaivén, el desconocido anciano prosiguió con su monólogo. – La desgastada alopecia del hombre en los nuevos tiempos no tiene la menor idea de cómo llevar puesto un sombrero. No hay respeto alguno por la sociedad y la naturaleza.  Aunque el sombrero siempre se consideró preponderante en la civilización occidental, hoy es un simple artículo malhayado que no se aprecia en su forma, modelo o color. Es un artículo inútil. – añadió el anciano frugalmente con un aire desvalido. 

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Previo a la despedida corpórea del anciano, - este terminó su breve intervención añadiendo - Pensamiento e idea son palabras que se acompañan incondicionalmente. La primera te exhorta a la acción, la segunda le da forma, contundencia y voluntad a la labor. Sin un adecuado sombrero, no hay una adecuada idea. Tu presencia es inadvertida porque no existes como ser, no estás muerto, pero simplemente eres uno más entre los tantos que se encuentran en la periferia de la plaza. Hasta hace pocos años terminábamos de titilar la superficie de un botón para enviar mensajes, y ahora, justo ahora en este preciso instante mientras reflexionas nos obligan a sintonizar la radio y a agarrarle el gusto a la pseudo-telepatía cuando apareció la imagen a distancia. La bi-direccionalidad en la información, las redes sociales y la internet han dado origen a la era digital, naciendo así los seres autómatas. Seres que en pocos años darán descendencia a criaturas calvas, todas calvas de pensamiento y de acción. - Segundos después, el anciano se desvaneció dejando una leve estela en el aire -.

Este último mensaje le dio menos temor e incertidumbre a Jonás. Con cámara en mano, el joven logró captar una que otra toma a larga distancia. Los seres asombrerados, ahora inadvertidos de su presencia posaban para él, no obstante, el perro que ahora descansaba en la entrada de la vieja emisora de la radio se veía desenfocado, se estaba desvaneciendo al igual que los ancianos que lo rodeaban. Todo parecía un sueño. En instantes, Jonás guardó su cámara fotográfica y el film había llegado a su tope de 36 exposiciones. Esto concluiría su vivencia en un entorno surrealista en medio de la plaza Bolívar del pueblo de la Grita en el estado Táchira.

par de compadres

Antes de salir de la plaza, - Jonás meditó en silencio y una frase le vino a la mente - así de ambiguo y así de complejo, es el hábito del sombrero. Por qué hemos dejado de usar sombreros - pensó al cruzar la calle -. ...y al caminar hacia la acera de enfrente, Jonás se vio a sí mismo enviando un mensaje desde su celular de última generación. Ahora él gozaba de la atención de todos los transeúntes, pero la gente, más allá de los confines de la plaza no se comunicaban entre sí y no se tocaban. No existía el acercamiento corpóreo. Todos, absolutamente todos esos seres representan para Jonás un monólogo inentendible. Un monólogo de temas superfluos e introspectivos en sí.

Al día siguiente Jonás tiró su celular al cesto de la basura y se compró un sombrero. Quiso cambiar el mundo. Después de ese lunes 14 de Mayo sus vecinos y familiares nunca más lo volvieron a ver.

Nota del autor: ¹ asombrerado: adj. dícese de aquel hombre que usa un sombrero.

Título de la serie fotográfica: D'Film (Gallardía Andina)

JM

1 comentario:

  1. Muy bonito artículo.
    Es una gran reflexión, no lo habia analizado de esa forma con los ancianos, los sombreros y el perro.

    saludos.

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