jueves, 4 de abril de 2013

La rebelión de los paraguas


"Hagamos hervir los hedores de la ciudad" - Así rezan las conciencias de los zapatos de los transeúntes -. Hombres, mujeres y niños corren, se agitan y chapotean en los charcos de las aguas residuales de la ciudad de Caracas. Bajo la lluvia las calles están plenas de cloacas y otros fluidos corporales. Fluidos que se entremezclan en una solución homogénea, empapando los dedos de los pies y las entrepiernas de las féminas que vociferan miles de blasfemias al unísono, propias del diablo que ha sido salpicado con agua bendita.

En el caminar de los transeúntes, el tránsito vehicular simula ser a la vista del bípedo un infinito camino de orugas que huyen del inminente diluvio universal. Las nubes, cargadas de un odio grisáceo se abruman como algodones enchumbados de filosas gotas de acero, chispas que despeinan nuestras cabelleras, nos enferman y nos arruinan el día; pero que misteriosamente, nos apaciguan al llegar a nuestras cálidas tabernas impregnadas de un profundo olor a hogar.

La Rebelión de los Paraguas

El tan ansiado destino. He allí un horizonte infinito. Cruzar los islotes de concreto, brincar las aceras y esperar los pasos peatonales para llegar, llegar, llegar… Es el sempiterno suplicio del transeúnte que en ausencia de un techo, saca abruptamente su paraguas y desliza suavemente su dedo pulgar sobre el botón-obturador, dando total apertura a una cúpula articulada semejante a una trinchera en tiempos de tormenta; revelándose así, en contra de los designios caprichosos de un niño malcriado que se hace llamar "palo de agua".

Así pues, se inicia la rebelión de los paraguas. Un llamado colectivo a la sublevación universal. La más pura forma de expresión de la soberbia sapiens, que en algunas ocasiones, estudiosos de las tendencias urbanas lo consideran un desfile de modas, mientras que otras personas, de menos jerarquía social, babosean pesares o gratificaciones según sea su situación bajo el imponente cielo agrisado. Un tapiz de agua celestial. Un tsunami que nos arremete sin piedad alguna.

Los paraguas en su esencia nos cubren con su sintética fibra omnipotente, entretejiendo las más cálidas historias de amor y dolor bajo su convexa morfología de domo. Una protección que amalgama los sentimientos encontrados, fundiendo situaciones estériles en encuentros furtivos. La clandestinidad de amantes que se besan sin cesar bajo un húmedo espacio confinado, en un perímetro circunferencialmente perfecto que permite agitar los humores que reverdecen con el calor corporal. Sudores que se entremezclan con el recio aguacero de un gran diluvio que empapa los hombros de los más intensos querubines.

Lo cierto es, que estos prácticos domos nos protegen de las viejas copetudas que chismosean hasta sangrarles la lengua, de los voyeristas que preparan su aguda vista a las humanidades desvalidas, nos defienden de maleantes, alimañas y de otros seres asquerosos que nacen de las más recónditas grietas del asfalto, nos resguardan de los charcos y de las cicatrices del inframundo, de los perturbadores de la paz, aquellos que roban al más desprevenido de los transeúntes, peatones que sin tener un paraguas se enfrentan a los turbulentos tiempos de una ciudad inundada, un hacinamiento de violentos aguaceros sociales que no solo deben enfrentarse con la paciencia, sino con la rebelión colectiva de paraguas enaltecidos.

 "Por alli escuché decir, que cuando llueve en el barrio se inunda la autopista"


Título de la serie fotográfica: D'Film

JM

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